lunes, 21 de junio de 2010

Convivir o Casarse, ése es el dilema


Sin duda que la pareja, como todas las cosas en este mundo, va evolucionando y cambiando conforme evoluciona y cambia nuestra sociedad. Los grandes cambios sociales que han ocurrido en este último siglo, como los derechos de la mujer, la posibilidad de trabajar y el descubrimiento de los anticonceptivos y otros más, han provisto a la mujer una independencia en equidad – para no decir “igualdad” – a la del hombre, lo que ha motivado grandes cambios en la conservadora dinámica del enamoramiento y el matrimonio. De ser una figura y elemento pasivo en la dinámica familiar, con aquel rol de criadora de los hijos, sostén familiar y dedicación exclusiva a la prole y a la cueva familiar, a adoptar un rol activo, aquella mujer independiente y autónoma, la que trabaja y no le rinde cuentas a nadie, la que ahora deja los hijos en el jardín o la sala cuna, y en lo que respecta al hogar, que viva la nana puertas adentro!.
En un contexto histórico mayormente conservador, en el que el matrimonio consistía la máxima expresión de amor y entrega al otro, aquel acto de convivir era sinónimo de inmadurez, falta de compromiso y cuál sabe otro calificativo posible. El matrimonio, el primer gran paso para “sentar cabeza” y así poder formar parte del engranaje de la sociedad, sustentaba un sinnúmero de expectativas, valores y principios, responsabilidades, derechos, etc. La formalización de aquel despliegue de amor eterno y comprometido también requería, a su vez, de una serie de requisitos, desde ser de una buena familia – el dinero era un tema -, ser un buen hombre o mujer, ser trabajador o dedicada al hogar, etc., siendo el cual el más importante de todos era la virginidad, la pureza del cuerpo, que se le entregaba al amado o amada en el momento de la luna de miel, que por lo demás, y como lo señala nuestra ley de matrimonio civil, debía traer a los primeros descendientes al mundo y acogerlos en este nuevo nido de amor. El amor frecuentemente no se encontraba presente, lo que no impedía que surgiera durante el trascurso de la relación matrimonial. Fruto de ello son los fuertes matrimonios de ancianos que ya van para su segunda boda de oro.

Si bien, las cosas han cambiado y con ello, la forma en que hombres y mujeres se relacionan y las expectativas que cada uno entiende y tiene de lo que busca y desea a la hora de establecer un vínculo emocional con otro, hay algunas cosas que no cambiaran, claro está: la mujer siempre gestara a las nuevas generaciones por 9 meses mientras que hombre sufre las consecuencias de no tener una pareja al 100% disponible, el hombre saldrá a trabajar como siempre lo ha hecho – o eso pretende la mayoría -, el kilo de guagua en el hospital público seguirá estando a $150.000 (más caro aún domingos y festivos) o en cómodas 10 UF, la mujer seguirá ligada en distintos grados al hogar, etc.

El nuevo mundo de posibilidades que se le abren a la mujer, provocó el surgimiento de nuevas dinámicas relacionales que, poco a poco se alejaban de los “modelos” de antaño. Los motivos por el cual las parejas se unen en feliz matrimonio han cambiado y el amor mutuo se ha convertido en el motivo fundamental. La conveniencia al parecer, ha caído en segundo plano o ha caído en la desestimación por considerarse, actualmente en nuestra sociedad, un motivo superficial. Con el inicio de la fragmentación y desvalorización de los pilares del matrimonio, las cada vez más crecientes rupturas matrimoniales en la forma de separación y el divorcio, surge desde las cenizas del rechazo, la convivencia como forma de compartir la vida con otro. Esta tendencia en los chilenos ha sido demostrada en el último CENSO realizado el 2002, el cual destaca un aumento gradual de la convivencia (9% en comparación al año 1992, en el cual se obtuvo un 6%), en contraste con el matrimonio que a disminuido en 46,2%. Esto, nos hace preguntarnos ¿Qué motiva la creciente convivencia en los chilenos?¿Cuáles son las ventajas/desventajas de estar casados? ¿Cuál es la mejor?

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